—Esto es tan triste... Quisiera estar solo... ¿Por qué nunca me deja solo? —Me repetía una y otra vez, mientras estaba sentado en la oscuridad de mi habitación, oculto bajo las sabanas, llorando.
Las lagrimas recorrían mi cara, y con el filo de una navaja me tajaba las muñecas... cortada tras cortada sentía el helado filo atravesar mi piel, y después, el calor de mi sangre empapandome me reconfortaba. El dolor era lo único que me quedaba... lo único que aliviaba mis penas. Mi sangre era como una droga para mí, me hacía sentir tan bien... me había vuelto adicto a ella, la navaja era mi única amiga, y el dolor que me provocaba me hacía olvidar todas mis angustias.
—Q...q...quiero morir- Dije en voz alta, sollozando, y comencé a tajarme otra vez... pero ahora con
mas fuerza, con más rudeza, sentía como la navaja desgarraba mis músculos y arañaba mis huesos... tajada tras tajada, mi sangre escurría y empapaba mis sábanas... -No puedo más...—pensé, y con mis ultimas fuerzas atravecé mi garganta.
La sangre comenzó a salpicar a chorros... el aire se escapaba velozmente de mis pulmones mientras iba perdiendo la conciencia. Todo giraba a mi alrededor de forma amenazante, el dolor se alejaba de mí lentamente, me abandonaba, y una nueva sensación atravesó mi cuerpo... sentía como si estuviera cayendo desde una gran altura, y yo trataba de sujetarme de algún lado, pero mi cuerpo no me respondía.
De pronto, todo se detuvo, el reloj dejó de hacer su usual tic tac, y la oscuridad me consumió... morí.
Y después... desperté.
Eran alrededor de las 2 de la madrugada, y yo estaba muy confundido, sudaba y tenía un frío fantasmal. Volteaba hacia todos lados, buscando algo desesperadamente. Esa maldita pesadilla había sido muy real... demasiado.
Cuando por fin comencé a tranquilizarme, fue cuando me di cuenta, que ahi estaba eso, oculto en la oscuridad, mirandome con sus enormes ojos completamente negros, sonriendome, como todas las noches hacía. Ya me había acostumbrado a el, pero hoy algo era diferente... me miraba de otra forma. Comenzó a acercarse lentamente hacia mí... y un terror abismal comenzó a inundar mi cuerpo. Cada instante se acercaba más y más. Yo quería gritar, pero no podía, abría la boca pero no emitía ningun sonido... solo salía aire.
Llegó frente a mí, yo quería correr, pero tampoco pude... no podía moverme... su sonrisa se acercaba más y más a mi cara, y sentía su aliento ya sobre mí. Cerré los ojos... fue lo unico que se me ocurrio. Los cerré con fuerza y grité para mi interior... pasaron unos instantes, y nada sucedía. Yo estaba aterrado, y no tenía la noción del tiempo, pudieron ser segundos u horas.
Me armé de valor, y abrí los ojos... para mi sorpresa, eso ya no estaba... pero junto a mí, en la cama, había una navaja.
Reethok
"La literatura es un regalo de los dioses"; ¡Felicidades, muy buen trabajo!
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